Este fin de semana no he comido huesitos de santo ni he disfrazado a mi hijo de calabaza para que pida caramelos. Estos días los hemos dedicado en un sentido muy literal y profundo a nuestros antepasados, a bucear en nuestro linaje y adentrarnos en su sombra para desde el reconocimiento y el amor sanar nuestras raíces y recoger los regalos que tenían para nosotros.
Desde que vi la posibilidad de realizar este trabajo, una intuición muy fuerte me dijo que tenía que estar allí. Por supuesto surgieron resistencias como casi siempre que tengo que hacer un trabajo energético que ‘toca en hueso’. Pero allí estuvimos. Era el lugar (Sierra de Gredos), el tiempo (el fin de semana de todos los Santos en el que el velo entre los dos mundos se hace más fino) y era desde luego el momento!
La aventura comenzó con mi marido y yo saliendo muy estresados de un Madrid llenó de tráfico, ruidos y enfados. El camino se hizo largo y oscuro y cuando más nos metimos en esa oscuridad más nos preguntábamos ambos dónde nos llevaría esta experiencia. Dejamos la nacional para adentrarnos en carreteras secundarias y después para perdernos hasta dar con el camino de tierra que nos llevaba directo a nuestro destino y nos aislaba del mundo.
En ese trayecto tuvimos que hacer dos paradas técnicas, primero para no atropellar a un sapo que pareció querer darnos la bienvenida en medio del camino. Mi emoción por ver al sapo se duplicó cuando un precioso zorro cruzó veloz delante de nuestro coche. ¡Un zorro! ¡A dos palmos de nosotros! Grandes señales que nos indicaban que íbamos por muy buen camino.
Aparcamos el coche en la oscuridad del bosque y como no había electricidad fuimos andando con un farolillo hasta un gran fuego donde otros seres valientes y entregados nos esperaban comiendo castañas a la brasa recién caídas de los árboles y níscalos. Nos presentamos y desde la confianza nos zambullimos en una experiencia de limpieza de nuestro linaje ancestral de la que salimos renovados a niveles muy profundos que no creo siquiera lleguemos a entender.
En la tarde-noche del 31 al 1 de noviembre viajamos atrás en el tiempo por las distintas generaciones de nuestra familia, escuchamos a aquellos de nuestros antepasados que pedían ser atendidos, reconocidos y liberados, sanándolos a ellos y sanándonos a nosotros así como al resto de familiares y generaciones por venir, ‘integrando los dones ocultos que se esconden tras las heridas y que nuestros antepasados han custodiado para nosotros’. Fue una experiencia fuerte, intensa y maravillosa.
Tuve la ocasión de visualizar a mis antepasados, en toda su luz y esplendor y en la más absoluta de las sombras y me sentí una auténtica privilegiada por ser testigo y parte de la misión sagrada de sanción de nuestro linaje con el apoyo de la manada, la de lobos y la de compañeros. Fue increíble trabajar también con mi marido, limpiando él su genealogía y yo la mía, hicimos un gran trabajo para nuestro hijo y para que todos aquellos que quieran venir después puedan hacerlo sin esa carga energética familiar que no nos permite ser auténticamente libres, ni realmente nosotros.
El domingo 1 de noviembre nos despertamos al amanecer con un enorme fuego que crecía a una distancia relativa del inipi también conocido como temazcal (vientre de la madre Tierra) donde entramos para un ritual ancestral de purificación en el que creímos morir para salir luego renacidos y renovados. Entre la tribu, los cánticos sagrados y las ‘abuelitas’ (piedras sacadas del fuego al rojo vivo), experimente una conexión brutal con la Madre Tierra. El fin de semana tuvo todo: Cielo y Tierra, Espíritus de Animales, Espíritus de la Naturaleza y medicina para el alma. Imposible celebrar mejor el fin de semana de todos los Santos.
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