Ver la carita de tu bebé nada más nacer puede ser uno de los momentos más felices que una mujer puede vivir, mirarle a los ojos y decirle ‘Hola, soy mamá’, sentir su calor  y tacto en el piel con piel, la primera vez que lo amamantas…. la intensidad emocional de esos instantes es única, pero para mi el momento más tremendamente intenso de mi maternidad llegó dos días después del parto.
 
Fue la primera noche que dormimos en casa con el bebé, lloraba, gritaba muy fuerte porque tenía hambre y yo por más que me esforzaba por darle el pecho no había manera, teníamos que aprender los dos juntos, sincronizarnos, escucharnos, dejar fluir el instinto, pero yo, primeriza, muy dolorida y totalmente exhausta lidiaba con un bebé de 48 horas que desesperadamente reclamaba su ración de leche, incapaz de tomarla debido al sofocón del llanto y probablemente de la falta de pericia de su madre. 

Solo nos pasó esa noche pero recuerdo perfectamente el sentimiento de desesperación de saber que ese pequeño ser dependía totalmente de mi y yo no era capaz de solventar la situación. Me sentía asustada, agobiada, preocupada, presionada, desesperada, insegura, torpe, desprotegida  y tremendamente cansada y en medio de toda esa negrura mental, el papá de la criatura me dijo que cogiera la mano del bebé, y así desde mi cama en la oscuridad de la noche mi brazo se alargó y mi mano tocó la del pequeño. No puedo describir lo que sentí cuando la mano del bebé agarro la mía con toda la fuerza del mundo. No creo que un niño de dos días pudiera agarrar así la mano, no creo que pudiera tener tanta fuerza, pero la tuvo y de repente me dio un vuelco el corazón. El pequeño me estaba diciendo ‘Mamá te necesito, confío en Ti, estamos juntos en esto’ no puedo explicar la sensación, la intensidad, sólo que nunca olvidaré esa manita y ese apretón que disolvió en segundos mis inseguridades. Mi hijo me necesitaba y no le iba a fallar.