Hace unos días comenzaba nuestra Luna de miel. A las 6.45 cogíamos un taxi que nos llevaba al aeropuerto para comenzar probablemente la jornada aérea más larga de mi vida.  Dos horas y media a Londres, 11 y media a Los Ángeles y 5 hasta Kona, Hawaii.

Elegimos  Hawaii por varias motivos, a mi marido (todavía me choca cuando lo digo) le apetecía mucho el destino y aunque yo tenía en mente India o Tailandia, hubo varias señales durante esos días que me indicaron claramente que el destino era Hawaii.   Pensamos, además,  que era un destino bastante seguro para viajar con un niño de año y medio, porque no queríamos irnos sin él, pero cuando empezamos a ver vuelos y escalas, nos dimos cuenta de que era un poco locura. Cómo meter a un niño que no aguanta 10 minutos sentado 19 horas en un avión, a parte de otros problemas como las intolerancias alimentarias que si ya es difícil en casa fuera se complica incluso más.

Así que el peque se ha quedado con sus abuelos a los que adora y los abuelos felices con su nieto. Pero ahhh llega la separación y por mucho que sabes que está en las mejores manos y que estará perfectamente, no es nada fácil. Vale que cuando una está saturada de niño, (cosa que pasa, para que nos vamos a engañar) piensas ¡qué bien una semanita los dos solitos como cuando éramos novios! pero llegado el momento no es así porque ya no vas a ser nunca más una pareja, eres un trío (al menos por los próximos 20 años).

Entonces llegas el aeropuerto y te das cuenta de que algo ha cambiado de que ya no eres la misma de hace un par de años, te das cuenta de que tus percepciones son otras y en vez de fijarte en los modelitos de los viajeros como antes, ves bebés y embarazadas y te da la ternura y de pronto te das cuenta de que en el aeropuertos hay un área con carritos para bebés, de que en los aviones hay cambiadores, detalles en los que nunca antes hubieras reparado. Y ese pensamiento que a veces llega inevitable .. ¿Y si me pasará algo? deja de ser algo sobre ti mismo, para ser una preocupación por la pequeña vida que dejarías a su suerte. Hoy me doy la bienvenida al mundo de las madres y a su espacio de amor incondicional. Gracias instinto maternal por dejarme ver el mundo a través de tus ojos.