Acabo de ver Kirikú y la bruja de Michel Ocelot con mi hijo y a pesar de que es pequeño todavía, no ha pestañeado ni un segundo. Es una de esas películas que motiva y empodera, que nos ayuda a olvidarnos de esos patrones limitantes, que a base de repetirnos hasta la saciedad desde que éramos críos, se nos han quedado grabados a fuego y conforman nuestra realidad si no hacemos algo para cambiarlo.

Yo y creo que la mayoría de mi generación crecimos con frases del tipo:
 
– No puedes hacer lo que quieras
– El mundo no es como a ti te gustaría. 
– Las cosas no son fáciles
– Para ganarse la vida hay que trabajar muy duro
– La vida no es justa
 
Así me lo enseñaron y así fue mi realidad hasta que deje de creerlo. Cuando descubrí cómo funciona la energía y el poder del pensamiento y comencé a re-educar esas ideas tan limitantes, mi vida cambió ya rondando la treintena. Podía hacer lo que quisiera, no había límites, sólo los que yo me pusiera.
 
El reto estaba en educar así a mi hijo, para que aprendiera a ser el creador de su propia realidad. Cada noche antes de dormirse su padre y yo le repetimos la misma frase: ‘Eres capaz de hacer todo lo que te propongas. Te amamos incondicionalmente’ y de paso me lo repetido a mi misma para que no se me olvide.
 
Kirikú y la Bruja es una preciada herramienta para enseñar a los niños (y a los no tan niños) que ellos solitos y desde bien pequeños pueden cambiar el mundo. Yo la dejo bien guardadita en este enlace porque la veré muchas más veces con mi hijo, estoy segura. Y  además… la primera frase de la película ya es brutal:  ‘Un niño que habla en el vientre de su madre, se da a luz solo’. ¡Ahó!