Dos kilos ochocientos gramos de puro ser,  49 cm de amor incondicional. Ojos grandes y abiertos, llenos de curiosidad y hambre por descubrir el mundo. La sonrisa más tierna y sincera que me han dedicado.

 
Duermes en mis brazos y te observo con los ojos de quien ha parado el tiempo para admirarte en toda tu belleza y perfección. No sé si mi brazos te sostienen o es tu cuerpo el que abraza el mío, haciéndome perder sus límites. No quieres soltarte y yo no quiero que te sueltes, porque mi cuerpo sigue siendo tu hogar, como lo ha sido los últimos 9 meses. Mi espíritu es compañero del tuyo, se reencuentran después de algún tiempo entreviajes.
 
Oigo voces que dicen que te acostumbrarás a los brazos y yo pienso que no han experimentado esa conexión que entrelaza ‘mágicamente’ las almas de las mamás y sus bebés con una impronta que dura la eternidad.

Juntas hemos recreado el milagro de la vida, como buenas descendientes de la Diosa, a su imagen y semejanza. Diosa tú y Diosa yo. Semilla de existencia.  He abierto mi alma a ti y tú te has cobijado en ella para abrirte a la vida una vez más. 

 
Te he nutrido, te has dejado nutrir. Mi cuerpo ha antepuesto tus necesidades a las mías para protegerte. Maduro el fruto, yo me volví abrir esta vez en cuerpo y alma para traer a la tierra a quien venía del cielo. Instinto animal puro y duro, loba, leona y sin embargo más cerca que nunca del universo. Fuego, aire, tierra, agua.
 
Tres increíbles e intensos meses de amor, sueño, sudor, brazos, leche, cansancio. Seguimos unidas, cada vez más, fascinada por el hecho de poder alimentarte y nutrirte con mi cuerpo a las mil maravillas.
 
Te amo y te venero querida diosa que has encarnado como mi bebé. Te amo y te venero querida hija. Bienvenida al mundo mi pequeña chamanita. No se puede ser mas bonita.