Siempre  he tenido la  sensación de  que mi nombre no me correspondía, no  se  trata de que  no me guste o de que sea bonito o feo, simplemente no  es el mío. Esa sensación de falta de concordancia entre mi nombre y yo me ha acompañado desde siempre.

La historia de mi nombre, como el de muchos, se remonta al mismo día en que nací, iba a  llamarme Eva pero a mi padre no le gustaba y cuando fue al registro me inscribió de ‘motu proprio’ con el mismo nombre de mi madre. Esta decisión en la que no participamos mi madre y por supuesto mucho menos yo (¿A quién se le ocurriría hace treinta y tantos años preguntar a un bebé cómo quería llamarse?) marcó ese sentimiento inconsciente hacia mi nombre, a lo que se le suma mi creencia de que no se deberían repetir los nombres en la misma familia (por motivos bien distintos). 
Las parejas embarazadas miramos listas, libros, páginas de Internet con nombres, discutimos con nuestra pareja o incluso con el resto de la familia sobre cómo ha de llamarse el niño o la niña, hacemos nuestro top 5 con los favoritos y todo el mundo opina. ¿Pero por qué no preguntamos al protagonista? ¿A la persona que tendrá que vivir con él toda su vida? Poca gente se plantea todavía que un bebé no-nato pueda comunicarse y expresar sus deseos, aunque así sea. Afortunadamente cada vez hay más  mamás y papás conscientes  comunicando y escuchando a sus bebés  y tengo la suerte de conocer  a unos cuentos niños y niñas que eligieron sus propios nombres en el vientre materno.
Los bebés pueden comunicar con nosotros de muchas maneras, puede ser a través de sueños, de señales que tenemos que estar abiertos a escuchar, también podemos servirnos de meditaciones como ésta.
Cuando dejamos libre la mente y abierto el corazón empezamos a percibir un mundo que hasta entonces permanecía oculto para nosotros.
En el caso de mi hija, que está  a punto de nacer empezó a mandarme señales de su nombre antes de estuviera embarazada de ella, pocos días después de que tomaros la decisión consciente de tener otro hijo.  Recuerdo que volvíamos de nuestra luna de miel en Hawái,  cuando el avión que hacía el recorrido Maui-LA  aterrizó y abrí el portamaletas, los objetos se habían movido y delante de mi apareció una pequeña maleta con el nombre de ‘Emma’ escrito en colores con letra infantil, estrellas y corazones. No tenía por qué haberme fijado, pero algo me tuvo anclada a ese nombre y a aquella maleta un rato, hasta que apareció su  dueña, una preciosa niña norteamericana.
Horas después seguimos el viaje con una escala más, hasta el aeropuerto de Chicago y allí en la puerta de embarque una familia española sentada justo en frente de nosotros, comenzó a gritar y de repente el resto de sonidos de aquel lugar desaparecieron y yo sólo escuchaba de su boca ‘Emma’. Empecé a pensar que aquello ya no era casualidad y que de los decenas de nombres que puedo escuchar a lo largo de un día, aquel empezaba a ser recurrente y a captar mi atención de una forma muy especial.
Embarazada, la interesada confirmó que ese era su nombre, así que en esta ocasión no hubo discusión ni debate, la peque nos lo dejó muy claro desde el primer momento y tengo que reconocer que a mi nunca se me hubiera ocurrido. Si lo hubiera elegido yo, el firme candidato hubiera sido Lucía. Pero no, mi niña es Emma, un nombre dulce y con personalidad que me encanta y así la registraremos en unos días cuando nazca.
Tengo intención de grabar y colgar en el blog (en cuanto tenga un rato libre) una meditación para quien quiera conectar a través de ella con su bebé y preguntarle su nombre. Mientras te dejo unos enlaces que igual te interesan. ¿Y tú cómo elegiste el nombre de tu bebé?


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